2015-12-02 |
Muchas veces me he preguntado cómo puede un ser humano enfrentarse con valentía a la muerte inminente. Jesús previéndola, sudó sangre y pidió al Padre que le ahorrara el cáliz de la pena. Si Él reaccionó de esta forma, cualquiera de nosotros empujados por el legítimo deseo de vivir, procederíamos de igual manera.
Nuestros sacerdotes se enfrentaron a la muerte anunciada con gran valor. Pudieron huir, pero no lo hicieron. El rebaño que les había sido confiado, exigía su presencia y su testimonio. Sabían perfectamente que el odio a la fe, arrancaría de cuajo sus vidas. Por este motivo, la Iglesia reconoce su muerte martirial. Sabían muy bien que somos peregrinos en tierra extraña y caminamos guiados por la fe hacia la casa que tiene tantas moradas y que Jesús se adelantó a prepararnos.